Además de impresos informativos, políticos, literarios y musicales, el taller de Antonio Vanegas Arroyo, fundado en 1880, publicó también una serie de cuadernillos dedicados al cortejo, las colecciones de cartas amorosas. A decir de Elisa Speckman, “los redactores de la casa de Vanegas Arroyo crearon o recrearon un código a la disposición de los capitalinos”, imaginando cada una de las etapas de una relación —desde antes del primer encuentro hasta la ruptura— con especial énfasis en el cortejo.
Estas colecciones, además de modelos epistolares y fórmulas para dirigirse a la amada o al pretendiente —cuyo mayor atractivo era que podían copiarse, simplemente, cambiando el nombre del destinatario— también incluyeron todo tipo de consejos de conducta y belleza: cómo proceder en diferentes momentos de la relación amorosa, cómo debía verse y ser una mujer, cómo propiciar la seducción o un encuentro e, incluso, crearon y compartieron lenguajes y códigos “secretos” para la comunicación entre amantes. Todas estas construcciones reflejan “ideas o imaginarios que tuvieron sus redactores y sus lectores en torno al amor y al desamor, la razón y la pasión, el encuentro y el desencuentro”.
La portada y contraportada del número 3 de la Colección de cartas amorosas es un ejemplo de cómo estas publicaciones —junto con las canciones e incluso las noticias sensacionalistas— conformaron un ideal de mujer de finales del siglo XIX y principios del XX. En la portada, José Guadalupe Posada grabó a una mujer, vestida elegantemente, sentada en una silla y leyendo una carta. Tras ella, y leyendo sobre su hombro o susurrándole al oído, se encuentra Cupido. Una cortina que cubre parcialmente la ventana es la que enmarca la escena. Bajo la ventana hay una pequeña mesa con un tintero y una hoja, donde seguramente la señorita escribirá la respuesta a la carta que lee. En la contraportada, se encuentra el texto “Observaciones para todos los que deseen casarse con una mujer hermosa”, dónde se enlistan las características físicas que debe tener la mujer. Sin embargo, por otros contenidos analizados por Speckman, se puede concluir que la mujer ideal, para los colaboradores de la imprenta de Vanegas Arroyo, sus lectores y buena parte de la sociedad mexicana, debía ser grácil, recatada, discreta, modesta y moderada, como parece serlo la mujer dibujada por Posada.
